Cuentos blancos, Ediciones Desde la gente, Buenos Aires, 2019

 


Contratapa

Los cuentos blancos de Marina Arias pueden leerse de manera independiente o como un recorrido en capítulos de la vida de un personaje. A medida que avanzamos en la lectura, somos testigos de cómo se va formando una manera de sentir. Viajamos en la voz de una niña que crece atravesando las primeras tristezas, la estimulante y peligrosa experiencia de acercarse a los otros, el desconcierto del deseo, y las palabras que se quedan impresas marcando ritmos disonantes. 

    Estos cuentos transitan por la línea fina que separa la felicidad de la tragedia. Ponen un pie de un lado, saltan hacia el otro y, por momentos, ya no sabemos en cuál de los dominios estamos. Si afinamos la atención, podemos oír el sonido de algo que se rompe, presentir el instante en que una planta nace y comienza a crecer por dentro, o precisar el lugar donde una parte del personaje queda detenida, mientras todo a su alrededor comienza a cambiar para siempre.


Presentación en la Feria del Libro de Buenos Aires 2019


Reseñas

2018. El álbum blanco 

por Ulises Cremonte en bazaramericano.com. Actualización de mayo-junio 2019.


La mayoría de las veces los libros de cuentos suelen ser un compilado de historias variadas o más bien divergentes. Algo así como una lista aleatoria de temas de Spotify, sin ninguna pretensión conceptual. Cuentos blancos, en cambio, propone una voz común y también un motivo temático estable, dos pilares desde donde se asienta un libro que funciona magistralmente en su unidad.


    Los relatos suelen repetir lugares, cierta urbanidad conurbana, también una época que va desde mediados de los 80 hasta los 90. Pero por encima de estos mojones espacio temporales hay un centro gravitacional inestable: el cuerpo femenino iniciático. Esta especie de territorio orgánico establece el cimiento de la narración, desde esa plataforma surgen las anécdotas.

Así nos metemos en los ojos de Maru y su madre, una mujer superada por las circunstancias, con un vaso siempre a mano y que podría ser, tiempo después la mamá de Lena, esa chica que parece llevarse el mundo por delante hasta que se choca con su propia familia. Si hablamos de familia no podemos dejar de pensar en los Dimarco, esa casa, la Trafic, los empleados con sus cuerpos trabajados a expensas de su jefe, un padre que guarda algún que otro secreto y del que la narradora no llega a poder comprender pese a ser testigo privilegiada de un incidente que cambia su verano. Cambia el verano y también las fiestas cuando en la cena de Nochebuena todos intentan mantener una falsa normalidad mientras el cuerpo del padre comienza a ser consumido por el cáncer. Impostura que también mantienen esos chicos de una escuela primaria que conviven con un niño friki, al cual respetan y menosprecian a la vez. En el universo juvenil no puede faltar ese primer beso que termina mal, secundado de un coro que le dice a la chica “trola”. Algo similar le ocurre a la protagonista de “¿Bailás?”, donde una falsa invitación derrumba el ánimo de una debutante en “asaltos”. En “La muestra de noviembre” ya tenemos una chica mas grande, asomándose a un mundo que, como en esos ensayos teatrales que protagoniza, comienza a mostrar su fragilidad de cartón pintado.


    El libro cierra con el que podría ser el mejor relato. “Reelección” avanza en la edad de la narradora, una chica que está en la Facultad y se ve obligada a inventar encuestas mientras orbita en una constelación de personajes geniales y miserables. El final, ese resultado de las elecciones asombrosamente similar a las fabulaciones creadas para “llenar planillas”, nos recuerda que percepción y realidad suelen cruzar sus caminos, rosarse o definitivamente chocarse. Un accidente del que Marina Arias transforma en pulsión de escritura.


    Al principio se habla de dos pilares. Si en este rápido repaso las unidades temáticas encuentran contigüidad entre un cuento y otro, lo que verdaderamente termina de anudar es la voz, esa melodía que dibuja una clara distancia entre el narrador y los hechos, una mirada autoconsciente que podríamos llamar “antropológica”. El ejercicio de extrañamiento de las experiencias, la construcción del recuerdo en su dimensión interpretativa, lo vivido, no solo para ser contado, sino ya metabolizado, ya digerido, pasado por diván. Allí está el concepto que le da al libro un componente que supera el mero ejercicio de sucesión de anécdotas. Cuentos blancos, una claridad que arroja luz a la oscuridad de la vivencia.




2018. 
por Silvana Casali
"Cuentos blancos", publicado por,
Desde La Gente
, es la etapa de infancia, adolescencia, juventud de Maru.
No es un libro para todos: es para las (y lxs) que, como ella, desde chicas nos sentimos sapos de otro pozo, parte de la otra mitad, la que mira desde el borde del solario al que nos invitaron, la que siente que está de prestado, la que se avergüenza del padre que nos va a buscar a donde sea con su Renault 12, la que no forma parte del club.
Maru parece estar siempre al costado: de las chicas más piolas del colegio que nunca serán sus amigas, porque crecen más rápido, porque ya van a bailar y los chicos las miran , porque ya dieron su primer beso. Al costado de lxs desafortunados que no logran sentarse en el Bondi o en el tren.
Maru es de las nuestras: las que vivimos los binarismos de la adolescencia: ir al boliche de Gesell es de chetos, la posta es ir a medianoche a comer panqueques a lo de Carlitos. Si no militás sos una burguesa, ya vas a poner un póster del Che en tu habitación. La obra de teatro independiente que actuamos y hoy nos conmueve, mañana nos dará vergüenza de lo cursi y panfletaria que era.
Es un libro de cuentos (¿o una novela fragmentada?) sobre los límites, sobre el salir del cascarón, sobre ver hasta dónde podemos llegar (y qué tan bien nos aguantamos las consecuencias). Tiene mucho de lo que un libro necesita para atrapar: vacaciones de verano en el mar, amistades que nos juran serán indestructibles (como lectores sabemos que eso no sucederá, pero le creemos!), primos, barrio. Y nada de eso está idealizado por mucho tiempo: he ahí la clave.
Tiene, especialmente, el duce instante en que nos sentimos verdaderamente libres, por primera y última vez. ¿Por qué lo sentimos? Bueno, porque somos jóvenes, porque aprendimos que todo lo que necesitamos es saber fingir demencia la mañana después ("no me acuerdo qué pasó anoche" y listo).
Con los Cuentos Blancos entendí por qué, años después, a Maru el mundo le resultará menos serio de lo que imaginaba. Para aquellos que tienen la misma sospecha, este nuevo libro de
Marina Arias
es de los imprescindibles.